¿Somos esclavos de los algoritmos y el pensamiento único?

Recientemente el incomensurable Martin Scorsese ha compartido varias reflexiones y declaraciones sobre cómo siente que está el mundo del cine hoy en día, en especial con la entrada en juego de las grandes plataformas de streaming y contenidos a la carta. Es por ello que en Twitter he compartido un hilo con mis propias reflexiones a raíz de varios comentarios de Scorsese que son perfectamente extrapolables a todo el ámbito del consumo y el marketing online.

Y es que parece que vamos encaminados a ser solo números. Cuando los factores de decisión sobre qué debemos ver y qué debemos consumir se basan únicamente en algoritmos, corremos el riesgo de homogenizar el consumo de tal forma que al final limitamos las opciones. Y la cuestión es quién decide cuáles son. ¿Quién elige la tematización? Sobre todo cuando al hacer eso discriminamos y limitamos el impacto de las recomendaciones personales. No quiero entrar en el ámbito de los conspiranoicos, pero la realidad es la que es.

Las redes sociales y las nuevas plataformas, tanto publicitarias como de contenidos, han aportado grandes logros y mejoras. Han acercado a la gente y han universalizado el consumo de contenidos. Pero desde hace años han dado un giro que parece dirigido a conseguir todo lo opuesto. Por un lado, como dice Scorsese, el centrar los algoritmos en base a lo que ya hemos visto, limitando la capacidad de descubrir nuevos contenidos que podrían interesarnos.

Los algoritmos nos tratan como mercancia y al final nos sucede que solo vemos un tipo de publicaciones de unos productos o contactos, pero se nos ocultan otros. A todos os ha pasado el haber dejado de ver publicaciones de buenos amigos en RRSS, mientras no paramos de ver las de otras personas. Y es que los algoritmos deciden por nosotros lo que “ellos” creen que queremos…

Y al final, vemos que tan solo se apuesta por lo grande, lo conocido, lo que de dinero rápido y seguro. La muerte del alcance orgánico en RRSS es otro exponente de ello. Solo los que tienen mayor músculo pueden pujar por los espacios publicitarios. Solo los grandes pueden crecer. En el mundo del cine y la TV esto es más que patente también. No hay más que ver que los inversores y productores de Hollywood tan solo apuestan por remakes, reboots, recasts, reinicios… de IP’s ya establecidas y conocidas, descartando apostar por nuevas historias y así, como dice Scorsese, se pierden grandes películas. Esto es extrapolable al mundo literario y al de los videojuegos, que veo muy de cerca. Ejemplo claro de ello es este listado de títulos de PC que han pasado a ser gratuitos en Steam por que sus desarrolladores han tenido que tirar la toalla y renunciar a convertirlos en éxitos comerciales. Ya si hablamos del mundo móvil y apps, la lista se multiplica por mil. Por cada éxito conocido hoy en día, hay 100.000 fracasos. Y de ellos, posiblemente se han perdido auténticas joyas.

A esto hay que sumarle la obsesión por la cancelación de la cultura, en la censura abierta y la limitación de la libertad de expresión, con el argumento, precisamente, de defender la libertad de expresión y el respeto a todo colectivo inimaginable. Y mientras que en la vida real esto debería ser siempre así, confundirla con la ficción resulta alarmante. Es otra muestra más de que se está buscando forzar una voz única, una libertad de expresión única (siempre que coincida con la mía) y ya está.

La gente ponía el grito en el cielo cuando los Talibanes o el Estado Islámico destruían esculturas y obras de arte en Afganistán, Siria e Irak, pero les parece bien o no les llama la atención cuando se anuncia la censura de obras de ficción, como los clásicos de Disney (Dumbo, Aristogatos, Peter Pan, entre otros). O bien, cuando directamente se intenta cancelar en el ámbito profesional a personas por sus opiniones personales como el más reciente de Gina Carano y Disney (que algo me dice que aún va a ofrecernos giros de guion).

Es cierto que el ámbito personal no existe cuando se hace una publicación en una red social pública o abierta, pero precisamente los que esgrimen ser adalides de la libertad de expresión no pueden ser los verdugos que quieran coartarla si esta difiere de su opinión. El principal riesgo radica en que al final, ¿dónde ponemos el límite, dónde trazamos la línea roja? Puede pasar que un día nos despertemos y descubramos que tenemos prohíbido hacer cualquier tipo de crítica o comentario que vaya en contra del “sistema”, so pena de ser despedidos o neutralizados de la sociedad. Hay ejemplos de ello en el experimento de control social que se está aplicando en China desde hace un tiempo…

Al final, y retomando el hilo inicial de esta reflexión, como me comentaba un buen amigo esta mañana. Vivimos en la era de la Redistribución de la riqueza Vs. La creación de riqueza. Parece que todo esté encaminado a que sea casi imposible crear y rentabilizar nuevas ideas en pos de solo alimentar lo ya establecido. Sé que sueno muy cyberpunk, pero el horizonte no es nada halagueño en este sentido y, mientras las nuevas tecnologías y medios ofrecen grandes oportunidades, también entrañan grandes peligros.
¿Sabremos darle un buen uso para recuperar la democratización que se supone ofrecían? ¿Qué opináis? ¿Somos esclavos de los algoritmos o todavía tenemos la oportunidad de encontrar el equilibrio y marcar la diferencia con las percepciones y recomendaciones personales? ¿Seremos capaz de aceptar la pluralidad de la libertad de expresión, con respeto, aunque sea de opiniones completamente opuestas a las nuestras o nos encaminaremos al pensamiento único?
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